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Ernesto
Müdespacher Martens
Quiero hoy hablar de un enorme
flagelo, que se ha extendido por cada rincón del país, creciendo y multiplicando
sus tentáculos por esos veneros de sangre, de odio y de intrigas y envidias, en
que se ha constituido esa riqueza y bendición con la que fuimos dotados por
Dios. Me refiero al petróleo, y a los constantemente perforados ductos de
PEMEX, para lograr lo que se ha dado en llamar “la ordeña”.
Curiosa palabra, “la ordeña”.
Pues, aunque nos habla de una extracción diaria de combustible, pareciera
limitar el monto de esa extracción a unos cuantos galones. Cuánto se puede
ordeñar a una vaquita, si no algunos galones diariamente. Bien, pues la
paraestatal habla de que en ésta práctica se roban lo inimaginable. Por
ejemplo, en Sonora, concretamente en Guaymas, tres vehículos bien adaptados
habrían estado ordeñando 40,000 litros diarios de combustible. Según la información
periodística, el litro se vendía a $5.00. Hablamos, claro está, del 2014,
cuando la gasolina era más barata. Así,
el changarrito le dejaba $73,000,000.00 anualmente a éstos “campesinos”, y a
PEMEX una pérdida de 150 millones por año.
Ello no es más que una pequeña reseña
de lo que está pasando: Existen miles y miles de tomas en el país. PEMEX calcula
que pierde diariamente 54 mil millones de pesos por ese concepto. Diariamente. Y el mal sigue
creciendo. ¿Cuántos hospitales podríamos construir en México? O
cuantas escuelas, montadas a la usanza del primer mundo? Claro, en un país sin
tanta corrupción, sin tantos partidos que no sirven para nada, pero que se
llevan mucho de lo que los mexicanos estamos produciendo, el dinero de las
ordeñas podría beneficiarnos grandemente.
Y no es ese el único mal. Los
derrames del combustible sobre esas tierras agrícolas dañan severamente la
productividad. Ese hidrocarburo que cae
al suelo al ser manipulado, evita que las tierras así contaminadas produzcan
cultivos por unos diez años, mínimo. Ello, en detrimento de tanto agricultor,
que de ello vive, y de la nación, que de ellas come.
¿Quién es el que está haciendo
ese mal? ¿Será tal su necesidad, que arriesgue tanto por lograr esa fortuna?
Pues por el ejemplo narrado arriba, vimos que no son pistaches, de lo que se
trata. Es un negocio de tan grande magnitud, que las perforaciones han
aumentado en 915% del año pasado a éste, según PEMEX. Y luego viene la
pregunta: siendo tantos centenares de pozos los que se descubren y capturan, porqué,
con tanto descaro, se declara que “no hubo detenidos”. ¿A qué conclusión
forzosa llegamos?
Consideremos que no cualquiera tiene el dinero, ni la
tecnología, ni los contactos, para
dedicarse a ello. Porque se requiere dinero, mucho dinero, para hacer esa
inversión. En Pénjamo, narra la prensa local, unos traficantes, para efectuar una ordeña de
28,000 litros diarios, habían habilitado
un camión International con un tanque
integrado, con un costo no menor a $500,000.00 También contaban con el equipo necesario
para lograr un desfogue de gas eficiente. Un solo camión. Multipliquémoslo por
los tres o cinco vehículos que tiene cada pandilla.
Luego viene el asunto de la
tecnología: alguien “de adentro” debe saber por dónde pasa el ducto,
normalmente enterrado. Además, ese “alguien” conoce como perforar el ducto e
instalar la válvula, sin producir fugas que lo hagan volar. O ello, o tiene
contactos que detienen el flujo mientras hace el trabajito. Alguien que detiene
el paso del combustible por toda la red, mientras se perfora la línea en la porción escogida.
Y por último, está la persona que
coloca el producto robado en forma segura. Alguien que sabe cómo venderla “quitándose los golpes de encima”. ¿De quién
podemos hablar? Claro está: De un político, o de un traficante, o de la nueva
estirpe social que existe en el país: el narco-político, despreciable injerto.
No es difícil imaginar cuál es el
perfil de los integrantes de esa caterva: son funcionarios o empleados de
PEMEX; son narco políticos; o son policías. No me arriesgo mucho al decir esto:
el periódico norteño Notigodinez siguió
negocios del narcotráfico, y narra que
una banda trabajaba en Altamira, Reynosa y González, en Tamaulipas, así como en
Huimanguillo, Tabasco, y Silao,
Guanajuato. Entre sus negocios más prósperos estaba la extracción de
hidrocarburos.
En cuanto a la policía, narra El
Universal (10 de abril, 2016) que policías ordeñaban ductos en Hidalgo.
Y, en cuanto a funcionarios de PEMEX,
son más de 100 los que han sido procesados por daños patrimoniales a la
empresa. El investigador de la Universidad Metropolitana Nicolás Dominguez
Vergara informa que hasta Septiembre de 2015, unos 100 empleados de PEMEX
habían sido arrestados. ¿100 empleados? Han de ser los “peces flacos”, aquellos
que no tienen palancas, o por lo menos no pudieron comprar el silencio de reporteros o funcionarios
policíacos.
La pena por éste delito es 6
meses a 10 años. Pero solo para el que no tiene forma de defenderse, o de quien
paga el tiempo cárcel que debieran pagar sus jefes. Yo conozco personalmente a
uno.
No es de extrañar que esos robos
sigan extendiéndose por todo el país.
Se ha firmado la ley
anticorrupción. La famosa “tres de tres”, que sirvió de burla entre integrantes
de la cámara, haciendo ver inicialmente que si el gremio político debía ser
supervisado y castigado por sus desmanes, igualmente debiera serlo el sector empresarial.
Después del veto presidencial, el proyecto regresó a las Cámaras, para ser
finalmente aprobado. Y, tras discursos inflamados de patriotismo y de augurios de
cambio, ya se habla de un antes y un después de la ley Anticorrupción.
Pues lo deseamos todos de mil
amores, porque la corrupción que ha padecido y que caracteriza al país nos ha
costado miles de millones de pesos, que se han embolsado unos cuantos, evitando
que a otros muchos les beneficie con escuelas, hospitales y otros muchos
beneficios sociales. Ojalá que en su estudio y pena ésta ley incluya desde los
cruceros que rentan a los policías, que le deben producir un “moche” a sus
jefes, hasta las Casas Blancas.
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